lunes, 17 de octubre de 2011

La belleza de la sencillez

Esta vez le toca el turno a Peter Bichsel, un escritor suizo muy conocido por sus relatos cortos y las columnas que escribió para el semanal Wochenzeitung y que actualmente escribe para la revista Schweizer Illustrierte. Si bien un poco tarde, a Peter Bichsel lo descubrí hace tan solo unas semanas y desde entonces "he devorado" varias obras suyas. Pero es que cuando descubres algo bueno la gula se convierte en tu compañero inseparable.

Peter Bichsel nació en Lucerna (Suiza) en 1935. Los críticos le han llamado el "maestro de las formas pequeñas" y verdaderamente es así, pues Bichsel escribe por lo general historias cortas y aparentemente sencillas empleando un lenguaje simple. Sin embargo esta sencillez no impide que el lector reflexione sobre los pequeños detalles del día a día que a menudo pasan desapercibidos.

Amigo del también escritor Max Frisch, Peter Bichsel fue profesor de primaria e incluso asesor personal del político suizo Willi Ritschard. Su obra ha obtenido numerosos premios literarios y quizás por ello algunos de sus libros más famosos ya hayan sido traducidos al español.

El cuento que aquí os dejo pertenece a su primera colección de relatos, titulada " En realidad a la señora Blum le gustaría conocer al lechero", que lanzó a la fama a Bichsel en el mismo momento en el que se publicó, allá por el año 1964. El título de este relato es "El lechero" y la traducción corre a mi cargo. Como siempre, espero que os guste.


El lechero, de Peter Bichsel

El lechero escribió en una nota: “Desgraciadamente, hoy no ha quedado mantequilla”. La señora Blum leyó la nota y revisó la cuenta, sacudió la cabeza y volvió a repasarla, luego escribió: “Dos litros, 100 gramos de mantequilla, ayer no tenía mantequilla y aún así me la cobra”.
Al día siguiente el lechero escribió: “Perdone”. El lechero viene por las mañanas a las cuatro, la señora Blum no le conoce, debería levantarse un día a las cuatro para conocerle.
La señora Blum teme que el lechero pudiera estar enfadado con ella, el lechero podría pensar mal de ella, su lechera está abollada.
El lechero conoce la lechera abollada, es de la señora Blum, ella se lleva a menudo 2 litros y 100 gramos de mantequilla. El lechero conoce a la señora Blum.
Si alguien le preguntara por ella, él diría: “La señora Blum se lleva 2 litros y 100 gramos, tiene una lechera abollada y una letra que se lee bien”. El lechero no se preocupa, la señora Blum nunca debe nada. Y cuando hay 10 céntimos menos (cosa que también puede ocurrir), él escribe en una nota: “Faltan 10 céntimos”. Al día siguiente tiene los 10 céntimos sin más y en la nota se puede leer: “Perdone”. “No tiene importancia” o “no pasa nada”, piensa el lechero entonces, y lo escribiría en una nota, con lo cual ya sería un intercambio de cartas. No lo escribe.
Al lechero no le interesa el piso en el que vive la señora Blum, la lechera está al final de la escalera. No se preocupa cuando no está allí. Una vez en la primera liga jugó un tal Blum, a quien el lechero conocía, y tenía orejas de soplillo. Quizás la señora Blum tenga orejas de soplillo.
Los lecheros tienen unas manos repugnantemente limpias, rosadas, regordetas y pálidas. En esto piensa la señora Blum cuando ve la nota. Ojalá haya encontrado los 10 céntimos. La señora Blum no quiere que el lechero piense mal de ella, tampoco quiere que entable conversación con la vecina. Pero nadie conoce al lechero, nadie en nuestro barrio. A nuestra casa viene por las mañanas a las cuatro. El lechero es uno de esos que cumple con su deber. Quien trae la leche por las mañanas a las cuatro, cumple con su deber, diariamente, los domingos y los días laborables.  Seguramente a los lecheros no les paguen bien y seguramente les falte a menudo dinero al hacer las cuentas. Los lecheros no son culpables de que la leche cada vez esté más cara.
Y en realidad, a la señora Blum le gustaría conocer al lechero. El lechero conoce a la señora Blum, ella se lleva 2 litros y 100 gramos y tiene una lechera abollada.

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