¿Qué es la indiferencia? La veo todos los días en el metro, me saluda en la calle, incluso se digna a despedirse de mí al acabar la jornada de trabajo. ¿Qué mueve a la gente a esa impasibilidad? ¿Cómo es que no tenemos fuerzas para no mostrar afecto? Ah sí, olvidaba que somos humanos, que a veces bajamos la guardia y olvidamos unas normas de cortesía cuya reputación es cada día más cuestionada.
La indiferencia se viste y pasea por la ciudad, entra en un café o en la oficina y embriaga el ambiente. No nos deja pensar, por eso no reaccionamos. Por eso nos volvemos como ella, impasible.
Los hombres es un relato corto de Peter Bichsel, escritor suizo del que ya publiqué una entrada. Bichsel tiene una mirada para ese desasosiego que nos da alas de seguridad, pero que también causa miedo.
Ella se sentaba
allí. Si alguien le hubiera preguntado desde cuándo lo hacía, hubiera
respondido: «Siempre, siempre estoy sentada allí».
Ella esperaba
aquí, a veces a una amiga, otras a una compañera de trabajo, al tren, a la
tarde. El camarero esbozaba una sonrisa de confidencialidad al traer el café.
Ella tenía un monedero rojo que era tan suyo, como solo los monederos pueden
serlo a las mujeres jóvenes. También ocurría que alguien le pagaba el café,
pero luego venía la amiga o el acompañante y le daba las gracias.
Hoy le habían
dicho en la oficina que era amable, el jefe lo había dicho, ella jugaba con el
monedero.
Decían que las
mujeres bonitas no deberían esperar. También pensaban que era joven. Deseaban que fuera un
poco depravada.
Veían que tragaba las caladas de humo del cigarrillo. Sabían que una amiga se lo había enseñado.
A las seis y
media sale el tren. Veía cómo se desabotonaba el abrigo estrecho, cómo se lo
quitaba, cómo se iba desplumando.
Cómo después se
lo volvía a poner, cómo se arrebujaba en él, cómo se levantaba por encima de la
cadera.
Ella tiene una
boca grande.
Ella tiene un
pelo bonito.
Ella es pequeña y
delicada.
Conocían su voz:
«Un café, por favor ─ Gracias ─ Adiós». Una voz suave.
Ojos de corza.
Le podrían haber
preguntado.
El camarero
preguntó: « ¿Qué desea?»
Es una niña
pequeña, una cosita, una muñequita, una mariposa, pensaban también.
Sí que le podrían
haber preguntado...
Ella tiene una
mano grácil.
Ella espera aquí,
a veces a una amiga, otras a una compañera de trabajo, a un tren, a la tarde.
Es una niña.
Si le preguntan,
es ya una mujer.