martes, 24 de febrero de 2015

La Guerra Fría del tabaco

Die Raucher vernebeln nicht nur die Luft,
sondern meist auch ihren Geist,
und so kann man leichter mit ihnen fertig werden.

Los fumadores no solo encubren el aire,
sino que muchas veces también su inteligencia,
y así se puede acabar con ellos más fácilmente.


Konrad Adenauer, primer canciller de la RFA (1949-1963)


El fumar no conoce ideologías y sí muchos simpatizantes y enemigos. Entre los primeros está, como no podría ser de otro modo, la industria tabacalera, cada vez menos presente en la arquitectura urbana de nuestras ciudades. Me imagino que se habrá pasado a la gran pantalla, desde donde hará campaña de forma subliminal.

El otro día di con un artículo sobre los carteles publicitarios en la RDA y me llamó la atención la gran cantidad de anuncios dirigidos al público fumador que se publicaban. Pensé que paralelamente en el país capitalista por excelencia, el actor que se convirtiera en presidente también abogaba por la misma causa. Y pensar que la Guerra Fría se hubiera podido calentar bajo la lumbre de unos buenos cigarrillos...

Los buenos cigarrillos socialistas se compraban por 8 pfennigs
  en 1950 (Deutsches Historisches Museum)


En los años cincuenta Ronald Reagan prefería
los Chesterfield (whitehouse.georgebush.com)

jueves, 12 de febrero de 2015

La filosofía del mudo



Woher?
Vom Meer.
Wohin?
Zum Sinn.
Wozu?
Zur Ruh.
Warum?
Bin stumm.

¿De dónde?
Del mar.
¿Hacia dónde?
Hacia la sensatez.
¿Para qué?
Para descansar.
¿Por qué?
Por mi mudez.

Klabund (1890-1928)


Este poema de Klabund me ha traído a la memoria las famosas imágenes románticas del alemán Caspar David Friedrich; me pregunto cuántas veces habremos reproducido con nuestras cámaras la pose de El caminante sobre el mar de nubes. Pero también me trae a la mente los bellos óleos americanos del pintor de Carmona José Arpa Perea.

Paisaje americano, José Arpa (artnet.com)
Iztaccíhuat, José Arpa (liveauctioneers.com)
Creo que con sus paisajes, Caspar David Friedrich y José Arpa Perea nos acercan a la filosofía del enmudecimiento. Para bien o para mal, ante la grandiosidad de la naturaleza no nos queda más que respirar hondo hasta escudriñar la desfachatez de muchos de nuestros problemas.

Morgen im Riesengebirge, Caspar David Friedrich (wikipedia)




jueves, 5 de febrero de 2015

El experimento

En este microrrelato Günter Seuren (1932-2003) apunta con su dedo índice a aquellas personas que piensan al revés, que deciden de lleno llevar una vida radicalmente distinta al resto. Lo drástico no consiste en seguir una nueva tendencia, sino en imaginársela y ponerla en práctica sin pregonarla a los cuatro vientos: aquí los hechos valen su "paso" en oro.

Como los cangrejos de Günter Grass






Ando hacia atrás porque ya no quiero andar más hacia delante dijo el hombre. Era de estatura algo superior a la media, estaba pálido por el esfuerzo de concentrarse en ir hacia atrás, y tenía una nariz enrojecida por el viento. Soplaba un fuerte viento de poniente, y las ráfagas que el resto de transeúntes con los que el hombre andaba en la misma dirección percibían solo como brisa en la espalda, le daban a él de lleno en la cara. Se movía más despacio que los demás, pero constante como una tortuga que marchara hacia atrás.

Un día —dijo el hombre—, estaba yo solo en un parque con el viento en calma. Junto a mí oía a los mirlos hurgar buscando alimento entre los arbustos, oía a las palomas zurear, y una gran paz me invadió. Di unos pasos hacia atrás; ahora sé que el camino se estrecha cuando solo se anda hacia delante. Al comenzar a andar hacia atrás, vi las cosas que se pasan por alto y no se advierten, oí incluso lo que no se oye. Me tiene que perdonar si no me estoy dando a entender muy bien. No me pida que sea lógico, el descubrimiento que he hecho no se puede expresar con palabras. Y tampoco piense que no soy un hombre recto, yo no vuelvo sobre mis pasos, yo...

El hombre enmudeció por unos segundos y miró hacia delante con decisión:
  Le resultará extraño, pero...no soy ningún soñador.
  —Y entonces, ¿qué es usted?dijo el acompañante, un hombre que se movía con la convencional marcha hacia delante—. Así no puede seguir. Un día se quedó parado de pie, quizá quiso sentir crecer la hierba; dio un par de pasos hacia atrás para tener espacio. ¿Fue así?
El hombre que caminaba hacia atrás examinó a su acompañante; su mirada era tierna.
  —Mi experimento no ha concluido aún dijo.
  —¿Cree usted que su forma de desplazamiento se impondrá?dijo el acompañante.
  Es una pregunta difícil de responder —dijo el hombre con la mirada fija en un punto que el acompañante no podía reconocer—. Mi idea no es nueva, dicho sea de paso. Como más tarde descubrí, hubo un pueblo que se desintegró en polvo hace tiempo y que tenía problemas similares a los nuestros por resolver. En todo caso había entrado en una fase en la que su supervivencia estaba en tela de juicio. Además, este pueblo se las arreglaba de un modo aparentemente extraño; también lo puede usted llamar ardid si así lo desea: en lo sucesivo los conflictos bélicos que se daban entre las tribus se resolvían de forma que los adversarios se colocaban de espaldas y propinaban golpes y puñetazos en el aire hasta que los combatientes, exhaustos, iban cayendo al suelo uno tras otro. Verdaderos señores perdían el equilibrio en el terreno de combate respirando con dificultad; el sueño que venía a continuación se lo tenían ganado. Eran peleas que duraban días, pero en las que no se derramaba sangre, y la única secuela eran unas agujetas monumentales. ¿Qué le parece?
  Lo admito: una vía de escape idónea para los pueblos primitivos —dijo el acompañante—, pero nada que nos sirva a nosotros—. ¿Qué es lo que promete usted con su forma de andar hacia atrás?
  —Confío en llamar la atención sobre mí —dijo el hombre.
  —Decididamente, eso lo está haciendo —dijo el acompañante—; eso también lo hace un pianista que toque todo el día o alguien que camine cincuenta kilómetros sobre las manos.
Sin embargo, el hombre que andaba hacia atrás no dejó que aquellas indirectas le sacaran de sus casillas.
  Espero que me entienda —dijo—, la primera vez que caminé hacia atrás, renací.
  —Bueno, está bien —dijo el otro—, usted no es el primero en albergar tales opiniones. Al fin y al cabo, está proponiendo algo práctico; no obstante, dudo mucho que tenga éxito.
  Con éxito o sin él —dijo el hombre—, todos nosotros queremos intentarlo, todos.
  —Disculpe —dijo el acompañante—, yo me atengo a los hechos: ¿le han emitido un acta por desorden público?
El hombre que caminaba hacia atrás miró por primera vez a su acompañante cara a cara.
  Solamente una vez —dijo sonriendo—, eso fue al comienzo, cuando todavía era alguien inseguro.
  —¿Y hoy ya no se pelea con nadie?
  —¡Nunca! —dijo el hombre aún sonriendo.
Se quedaron callados. El hombre caminó hacia atrás dando pasos flexibles. El acompañante tenía que esforzarse para seguirle. El hombre que andaba hacia atrás iba cada vez más rápido.
—Perdone —dijo—, por desgracia he de darme prisa. Tengo una cita. Adiós.
Entonces desapareció entre el gentío. El otro redujo la velocidad de sus pasos como quien se queda atrás para recuperar el aliento. Unos segundos más tarde ocurrió. Un grito a varias voces estalló como una grieta que se va abriendo en el asfalto. La gente se detuvo mirando en una dirección concreta. Al principio fueron unos pocos; luego grupos enteros se movieron formando un círculo de personas que crecía rápidamente. Cuando por fin el acompañante avanzó lo suficiente para poder mirar en el círculo, vio que el hombre que había caminado hacia atrás yacía en el asfalto como un enorme títere que hubiera caído del cielo. Del círculo dijo alguien: «El coche no ha tenido la culpa, eso lo puedo atestiguar». Y otro dijo: «Debe de estar borracho. Caminaba hacia atrás».

El acompañante se metió en medio del círculo y se inclinó sobre el hombre. —¿Puede escucharme?
  —Sí —dijo el hombre sin moverse. Estaba tumbado con la mejilla izquierda sobre el asfalto y hablaba hacia el suelo gris. —Pruébelo una vez cuando esté solo. En algún sitio. En un parque o por la noche en un lugar abierto. Espero que lo haga. Hallará gusto en ello. Y hágalo mejor que yo.
Los policías entraron en el círculo.

—¿Podría prestar declaración? —le dijo un policía al acompañante.
—Quería caminar hacia atrás —dijo el acompañante.
—Con él, este es ya el cuarto que lo intenta hoy —dijo el policía—. ¿Pero qué le pasa a la gente?
 




Una interpretación del texto original al que corresponde mi traducción la podéis encontrar en:
http://www.grabbe-gymnasium.de/grabbe/analyse/experiment.htm