jueves, 30 de agosto de 2012

Qué hay mejor que el desamor...un poema de Mascha Kaléko

Y también un baño en aguas saladas, con o sin dama de compañía. (Pintura de Félix Vallotton)




Das berühmte Gefühl

Als ich zum ersten Male starb,
ich weiß noch, wie es war.
Ich starb so ganz für mich und still,
Das war zu Hamburg, im April,
Und ich war achtzehn Jahr.

Und als ich starb zum zweiten Mal,
Das Sterben tat so weh.
Gar wenig hinterließ ich dir:
Mein klopfend Herz vor deiner Tür,
Die Fußspur rot im Schnee.

Doch als ich starb zum dritten Mal,
Da schmerzte es nicht sehr.
So altvertraut wie Bett und Brot
Und Kleid und Schuh war mir der Tod.
Nun sterbe ich nicht mehr.


La sensación conocida

Aún sé cómo fue
la primera vez que morí.
Morí aislada y en silencio,
fue en Hamburgo, en abril,
con dieciocho años sobre mí.

¡Y la muerte dolió tanto
al morir por segunda vez...!
Muy poco te dejé:
en tu puerta, mi corazón latiendo,
en la nieve, una roja huella del pie.

Pero al morir por tercera vez
el dolor menor fue.
Tan conocida me era la muerte
como el dormir y el comer, el vestirse y el calzarse.
Ya no me quedan muertes por padecer.


(Traducción de María González de León)

miércoles, 29 de agosto de 2012

Alunizaje en la tierra

Hace poco me topé con este relato de una berlinesa, Christa Reinig, que me viene como anillo al dedo ahora que la luna se ha vuelto a poner de moda. ¡Y mira que la teníamos abandonada desde que nos empeñamos en hacer de Marte nuestra segunda residencia!
Aunque dudo de la veracidad de la famosa foto de Neil Armstrong en la luna, sí que creo en esta historia de unos peces astronautas que quieren llegar a la tierra. Y viendo el estado del mar de algunas playas, no me extraña. 

(La traducción corre a mi cargo, mea culpa).


¿Armstrong y Aldrin en la luna?

Peces

Un pez mordió un anzuelo. 
¿Qué haces revoloteando así de nervioso?le preguntaron los otros peces.
No estoy revoloteando nerviosamentedijo el pez mordiendo la caña de pescar, soy cosmonauta y entreno en la cámara de lanzamientos. 
Eso no te lo crees ni túdijeron los otros peces y vieron lo que pasaba a continuación. El pez que mordía la caña de pescar se irguió y salió del agua volando en círculos hacia arriba. Los peces dijeron: “Ha abandonado nuestra atmósfera y se ha lanzado hacia el espacio. Ya veremos qué cuenta cuando regrese”. El pez nunca volvió. Los peces dijeron: “Entonces sí tenían razón los antepasados cuando decían que lo que hay allí arriba es más bonito que lo que hay aquí abajo." Los cosmonautas estaban en fila y esperaban a que llegara su turno. Un pescador de caña solitario estaba sentado en la orilla y lloraba. Uno de los cosmonautas le dirigió la palabra y le preguntó: 
Ay, gran pez, ¿por qué lloras, has pensado también que lo que hay aquí arriba es más bonito?
No lloro por eso dijo el pescador de caña, lloro porque no puedo contarle a nadie lo que ha ocurrido hoy aquí. Cuarenta y ocho en una hora y ningún testigo en toda la zona.

sábado, 11 de agosto de 2012

¿Hablar por hablar?

Que no todo en la vida real acaba como en las películas ya lo sabemos. Que un beso, una mirada cómplice, un simple apretón de manos o una palmadita en la espalda no bastan para solucionar los problemas pertenece a la sabiduría popular. Por eso ejercitar la palabra sea la mejor arma para que se den los mejores finales felices de nuestra historia o los peores, si es que queremos darle un poco de caña al guión de nuestras vidas.

Aquí os dejo mi traducción del relato corto Happy End, del suizo Kurt Marti, un alegato al arte de afilar ese arma también en época estival.



                                               El beso fatídico de Lo que el viento se llevó




Se abrazan y todo vuelve a la normalidad. La palabra FIN parpadea por encima de su beso. El cine ha concluido. Él se arrastra hacia la salida completamente furioso, su mujer se queda desorientada en medio del gentío, muy por detrás de él. Él sale a la calle, pero no se queda parado y se pone a andar sin esperarla, anda lleno de furia y la noche es oscura.

Ella le alcanza jadeando, con pequeños pasos desesperados, él anda y ella le vuelve a alcanzar y jadea. Una vergüenza, dice él mientras camina, es una verdadera vergüenza cómo has lloriqueado. Solo me pregunto por qué, dice él. Ella jadea. Odio esos lloriqueos, dice él, los odio. Ella sigue jadeando. Él camina callado y lleno de rabia, vaya una idiota, piensa él, y mira cómo está jadeando en su gordura. No puedo hacer nada para evitarlo, dice ella finalmente, sinceramente no puedo, ha sido tan bonito y cuando es bonito no me queda más remedio que llorar. Bonita, dice él, esa porquería miserable, a esos aullidos de amor llamas bonitos, desde luego que ya no hay nada que hacer contigo. Ella calla y anda y jadea. Vaya impertinente, piensa ella, vaya impertinente.