Elias Canetti (1905-1994); (elias-canetti.de) |
Tedio, hastío, fastidio... El cansancio no conoce límites, ni sabe de edades, por la mañana lo hueles acercarse estando en la cama, por la noche lo imploras para que te visite. A veces viene para quedarse un rato, otras para acompañarnos el resto de nuestros días.
En épocas farragosas hay que andarse con cuatro ojos: el cansancio tiende a agarrarse a la piel cual piojo indeseable. Y como un pesado piojo pica, pica y pica; rasca, rasca y rasca. La pescadilla que se muerde la cola.
En alemán esa pescadilla no existe, sino que es un demonio el que da círculos (Teufelskreis). Quizás Elias Canetti, el autor cuyo relato Die Müde (La cansada) me despertó hoy, pensó en un demonio girando como una peonza para describir a la dueña de un restaurante picada por la mosca insomnia.
La cansada
La cansada está sentada en su
restaurante y vigila. Ya no es joven, tampoco es muy mayor pero lo suficiente
como para suspirar por trabajar demasiado. Saluda a los parroquianos que entran
en el local. Como propietaria o mujer del propietario, como quiera que se diga,
exige que se le pregunte por su estado anímico. “¿Qué tal está usted hoy?”.
“Cansada”, dice ella sin dejar de argumentar su cansacio, no importa que sean
las 12 de la mañana o las 12 de la noche. Si es mediodía, entonces dice “ayer
trabajé 18 horas”, si es medianoche, “hoy he trabajado 18 horas”. Esta frase es
lo único que no la cansa; desde hace años la repite cien veces al día. Además
pone una cara llorosa, se levanta para mostrar lo desmoronada que está, da dos
pasos y se derrumba de verdad. Lo orquesta de forma que va a caer a una silla
tapizada, tampoco al desmoronarse quiere hacerse daño. Una vez que ya está bien
sentada, lanza miradas suplicantes a todos lados y dice: “cansada”.
Y un camarero ha vuelto a hacer
algo mal: no se ha percatado de un cliente; se ha olvidado de algo en un plato.
Entonces ella se enfurece, se pone a berrear en su idioma en voz alta y
chillona, y sigue berreando y berreando de forma incansable. La cruz que lleva
en el pecho comparte con ella su ira; baila enfadada al compás de sus palabras.
Todas las frases terminan estridentemente con la nota más aguda. Como son
muchas frases, todas las conversaciones se acaban, nadie es capaz de comprender
lo que estaba diciendo, los clientes enmudecen. A las parejas de enamorados les
entra el miedo por su futuro y dejan de mirarse a los ojos.
Se levanta de su asiento poniendo
el grito en el cielo, se tambalea hasta la barra, ella misma coge un plato, se
tambalea por el local, se acuerda de algo y lo vuelve a llevar a la barra donde
lo deposita sin romperlo con el más chirriante de los sonidos. Nadie se atreve
a pedir nada, nadie tiene ningún deseo más que se calle. Da igual que vengan
nuevos clientes: la cansada les saluda con la cabeza y, sin vacilar, sigue
armando la marimorena. Berrea en pos del orden, para eso está ella, la cruz en
su pecho le da fuerza, sin la cruz todo habría terminado tras tres frases.
Cuando por fin se derrumba en su asiento, mira a todos lados buscando la
compasión y gime: “cansada”.
(Extraído de Der Ohrenzeuge, traducido por María González de León)