viernes, 27 de junio de 2014

La pescadilla que se muerde la cola

Elias Canetti (1905-1994); (elias-canetti.de)
Tedio, hastío, fastidio... El cansancio no conoce límites, ni sabe de edades, por la mañana lo hueles acercarse estando en la cama, por la noche lo imploras para que te visite. A veces viene para quedarse un rato, otras para acompañarnos el resto de nuestros días.

En épocas farragosas hay que andarse con cuatro ojos: el cansancio tiende a agarrarse a la piel cual piojo indeseable. Y como un pesado piojo pica, pica y pica; rasca, rasca y rasca. La pescadilla que se muerde la cola.

En alemán esa pescadilla no existe, sino que es un demonio el que da círculos (Teufelskreis). Quizás Elias Canetti, el autor cuyo relato Die Müde (La cansada) me despertó hoy, pensó en un demonio girando como una peonza para describir a la dueña de un restaurante picada por la mosca insomnia.




La cansada




La cansada está sentada en su restaurante y vigila. Ya no es joven, tampoco es muy mayor pero lo suficiente como para suspirar por trabajar demasiado. Saluda a los parroquianos que entran en el local. Como propietaria o mujer del propietario, como quiera que se diga, exige que se le pregunte por su estado anímico. “¿Qué tal está usted hoy?”. “Cansada”, dice ella sin dejar de argumentar su cansacio, no importa que sean las 12 de la mañana o las 12 de la noche. Si es mediodía, entonces dice “ayer trabajé 18 horas”, si es medianoche, “hoy he trabajado 18 horas”. Esta frase es lo único que no la cansa; desde hace años la repite cien veces al día. Además pone una cara llorosa, se levanta para mostrar lo desmoronada que está, da dos pasos y se derrumba de verdad. Lo orquesta de forma que va a caer a una silla tapizada, tampoco al desmoronarse quiere hacerse daño. Una vez que ya está bien sentada, lanza miradas suplicantes a todos lados y dice: “cansada”.


Y un camarero ha vuelto a hacer algo mal: no se ha percatado de un cliente; se ha olvidado de algo en un plato. Entonces ella se enfurece, se pone a berrear en su idioma en voz alta y chillona, y sigue berreando y berreando de forma incansable. La cruz que lleva en el pecho comparte con ella su ira; baila enfadada al compás de sus palabras. Todas las frases terminan estridentemente con la nota más aguda. Como son muchas frases, todas las conversaciones se acaban, nadie es capaz de comprender lo que estaba diciendo, los clientes enmudecen. A las parejas de enamorados les entra el miedo por su futuro y dejan de mirarse a los ojos.


Se levanta de su asiento poniendo el grito en el cielo, se tambalea hasta la barra, ella misma coge un plato, se tambalea por el local, se acuerda de algo y lo vuelve a llevar a la barra donde lo deposita sin romperlo con el más chirriante de los sonidos. Nadie se atreve a pedir nada, nadie tiene ningún deseo más que se calle. Da igual que vengan nuevos clientes: la cansada les saluda con la cabeza y, sin vacilar, sigue armando la marimorena. Berrea en pos del orden, para eso está ella, la cruz en su pecho le da fuerza, sin la cruz todo habría terminado tras tres frases. Cuando por fin se derrumba en su asiento, mira a todos lados buscando la compasión y gime: “cansada”.


(Extraído de Der Ohrenzeuge, traducido por María González de León)