miércoles, 15 de octubre de 2014

Cuando nos despachan mal

Pensar en la palabra "despachar" nos lleva a tiempos pasados. Te hace trasladarte a una habitación de muebles pesados de madera, luz tenue y, sentado en un sillón orejero detrás de la mesa, un hombre bigotudo de pelo escaso y traje de chaqueta hecho a medida, que en el mejor de los casos se interesa por tu situación. Pero "despachar" también te lleva a una antigua rebotica, de esas que aún contaban con mancebos, donde las baldas de las estanterías luchaban con el peso de los cientos de tarros con nombres en latín.
Érase una vez un país que de la Europa continental donde el servicio brillaba por su ausencia. Donde la espera era regla general. Donde la palabra "despachar" consistía en esperar años y años para conseguir un coche de cartón, donde las uniones matrimoniales podían acortar ese lento pasar del tiempo hasta contar con tu propia vivienda. En ese paisito situado entre dos mundos vivió, no por mucho tiempo, la estudiante de filosofía Helga Maria Novak. Cuando el partido del paisito se cansó de sus trastadas, la despacharon de la Universidad. Empezaba "la época del despacho": idas y venidas desde Islandia al paisito y del paisito nuevamente despachada, de la República Federal Alemana a Polonia.
Esta muchacha sabía qué era que te despacharan mal. Por eso, al estilo redactor de uno de los ministerios secretos con más solera en el campo de la descortesía, escribió este pequeño retrato de un viaje rutinario en tren en aquel paisito que comenzara a derrumbarse hace ya un cuarto de siglo.



Locomotora a vapor en Klötze, años ochenta (Foto: Lutz Ungerbühler)

Poca obsequiosidad


El tren va despacio. Se balancea. El tren va deprisa. Pasa por unos árboles. Para en un andén vacío. Un altavoz dice, se ruega a los viajeros que no abandonen el tren. Dos hombres en uniforme van por los vagones y dicen: control de pasaporte. Un hombre y una mujer, los dos en uniforme, van por los vagones diciendo: por favor, rellene este impreso. Un hombre en uniforme va por los vagones diciendo: su visado, por favor. Un extranjero dice: no tengo visado. El hombre dice: ¿por qué no tiene usted su visado? El extranjero dice: no sabía que... El hombre dice: acompáñeme por favor.
El hombre en uniforme y el extranjero caminan por el andén y  entran en una oficina. El extranjero rellena un formulario. El hombre arranca un trozo del formulario, se lo da al extranjero y le dice: aquí está su visado. El extranjero camina al lado del tren y regresa a su compartimento. Los viajeros miran por las ventanas de sus compartimentos y ven al extranjero.
Dos hombres, ambos en uniforme y con metralleta, van por los vagones y dicen en voz alta en cada compartimento: salgan de aquí, por favor. Levantan los asientos. Pisan debajo los asientos y levantan las maletas grandes de la malla de las rejillas para el equipaje. Dicen en voz alta, gracias, y abandonan el departamento. Abren de golpe las puertas del baño.
Una mujer en uniforme va por los vagones y recoge los impresos rellenados. Dice: buen viaje.
Un hombre con un uniforme militar sucio se coloca fuera al lado del tren. Lleva en la correa a un pastor alemán de pelo largo. Lo libera. El perro babea. Lleva un bozal. El hombre le quita el bozal. El pastor alemán se agacha. Se desliza por debajo del tren. Va por las vías debajo del tren. Se choca con una vara de hierro debajo del tren. El perro sale de debajo del tren. Se sacude. El hombre dice: venga. El perro vuelve a meterse debajo del tren.
El tren ya está revisado. Un hombre en uniforme grita: ya está. El tren sale.
El tren va muy deprisa.
Se para.
Dos hombres en uniforme van por los vagones y dicen: control de pasaporte. La locomotora a vapor se desengacha. La locomotora a diésel se acopla.
Una chica va por los vagones. Lleva puesta una chaqueta larga y blanca. En la chaqueta pone Misión Protestante. Lleva una tetera. Grita: té, mentapoleo, té. Pregunta: ¿hay algún jubilado aquí? Lleva el pelo liado en un nudo hacia atrás. Un hombre joven grita: sí, aquí. La chica ríe. Derrama té. Dice: no, no, no. El hombre joven dice: tengo sed. La chica dice: sí, hoy hace mucho calor. Sigue andando. Grita: té, mentapoleo, té.
El tren sale. Va deprisa. En los compartimentos la gente charla. Una mujer dice: gemelos, qué monada, y encima dos nenes.


 (Abgefertigt, 1968. Helga M. Novak)
 

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