Que no todo en la vida real acaba como en las películas ya lo sabemos. Que un beso, una mirada cómplice, un simple apretón de manos o una palmadita en la espalda no bastan para solucionar los problemas pertenece a la sabiduría popular. Por eso ejercitar la palabra sea la mejor arma para que se den los mejores finales felices de nuestra historia — o los peores, si es que queremos darle un poco de caña al guión de nuestras vidas.
Aquí os dejo mi traducción del relato corto Happy End, del suizo Kurt Marti, un alegato al arte de afilar ese arma también en época estival.
El beso fatídico de Lo que el viento se llevó
Se
abrazan y todo vuelve a la normalidad. La palabra FIN parpadea por encima de su
beso. El cine ha concluido. Él se arrastra hacia la salida completamente
furioso, su mujer se queda desorientada en medio del gentío, muy por detrás de
él. Él sale a la calle, pero no se queda parado y se pone a andar sin
esperarla, anda lleno de furia y la noche es oscura.
Ella
le alcanza jadeando, con pequeños pasos desesperados, él anda y ella le vuelve
a alcanzar y jadea. Una vergüenza, dice él mientras camina, es una verdadera
vergüenza cómo has lloriqueado. Solo me pregunto por qué, dice él. Ella jadea.
Odio esos lloriqueos, dice él, los odio. Ella sigue jadeando. Él camina callado
y lleno de rabia, vaya una idiota, piensa él, y mira cómo está jadeando en su
gordura. No puedo hacer nada para evitarlo, dice ella finalmente, sinceramente
no puedo, ha sido tan bonito y cuando es bonito no me queda más remedio que
llorar. Bonita, dice él, esa porquería miserable, a esos aullidos de amor
llamas bonitos, desde luego que ya no hay nada que hacer contigo. Ella calla y
anda y jadea. Vaya impertinente, piensa ella, vaya impertinente.
qué pequeña gran persona eres! me gusta mucho, mery! :)
ResponderEliminar¡Gracias María! Me alegro mucho, a ver qué se me ocurre para la próxima entrada :-)
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